Sinopsis:
«Mi padre –dice Osbourne– siempre pensó que yo haría algo grande: Tengo una corazonada, John Osbourne, me decía después de unas cuantas cervezas, o acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel. Y llevaba razón el viejo: antes de cumplir los dieciocho ya estaba en la cárcel.»
El máximo vocalista y bocazas de la escuela demente nunca terminó el bachillerato, pero posee tres títulos nobiliarios concedidos por aclamación: príncipe de las tinieblas, cafre laureado y padrino del heavy metal.
Lo que no tiene, sin embargo, es vergüenza ni cordura ni sentido del ridículo. Afortunadamente, cabría añadir, porque habría bastado una pizca de decoro o un poco de amor propio para que este divertidísimo libro no existiera: al fin y al cabo, nadie en su sano juicio confiesa con una alegre sonrisa que acabó en el talego por robar tres veces seguidas en la misma tienda, que en su juventud sólo fornicaba con mujeres feas, que orinó contra los sagrados muros de El Álamo y después contra su futuro suegro, que descabezó una paloma (viva) mediante un certero mordisco frente a un cónclave de ejecutivos horrorizados y repitió luego la operación con un murciélago para espanto de los presentes en uno de sus conciertos, que nada más llegar a una lujosa clínica donde se redimen borrachos arrepentidos preguntó por el bar pensando que en aquel sitio enseñaban a beber con elegancia, que su tarta de hachís rancio puso a un bondadoso párroco en los umbrales de la vida eterna, que se ha dedicado al exterminio de gallinas, que ha expulsado sus peores secreciones en los lugares y momentos menos oportunos…
Cosas tan delicadas no se le cuentan ni al confesor salvo cuando uno se ríe de todo y sobre todo de su sombra.
Ozzy Osbourne se crió en lo más inhóspito de la Inglaterra proletaria, pero consiguió escapar de ese agujero gracias a Black Sabbath, una banda de rock dura y presuntamente satánica.
Después siguió vendiendo discos en solitario (hasta acumular cien millones) mientras ingería cantidades industriales de sustancias tóxicas y se promocionaba como gran energúmeno y payaso a tambor batiente. Hoy es un millonario de dudoso gusto y humor incombustible que pasea su vida doméstica (sin duda pintoresca) por las pantallas de nuestros televisores.
Pero como ese bonito espectáculo sólo cubre tres años de jaleo, Ozzy ha decidido narrarle los episodios más jugosos de su vida a una cinta magnetofónica que su negro transcribe respetando escrupulosamente los curiosos giros orales o anales del narrador. Es imposible salir de este libro sin ganas de contar las anécdotas en él consignadas: porque de verdad te descojonas.
«La gente –dice– me pregunta cómo es posible que siga vivo y no sé qué responder. Si de niño me hubieran puesto contra un muro junto a mis amigos del barrio y nos hubiesen preguntado quién de nosotros iba a alcanzar los sesenta, quién acabaría con cinco hijos, cuatro nietos y una mansión a cada lado del Atlántico, no habría dado un duro por mí, ni de coña. Pero aquí me tenéis: dispuesto a contaros la historia por primera vez.
»Cada día de mi existencia ha sido un acontecimiento. Me entregué durante tres décadas al cultivo de la politoxicomanía con combinaciones mortíferas de drogas y alcohol. Me han detenido por un asesinato frustrado. He sobrevivido al choque de un avión con mi furgoneta, a sobredosis suicidas y a un largo menú de enfermedades venéreas, pero estuve a punto de perder la vida pilotando un quad que pasó sobre un bache a la trepidante velocidad de tres kilómetros por hora.
»Hablaré de asuntos no muy agradables: he cometido unas cuantas fechorías y siempre me atrajo el lado oscuro, pero no soy un demonio. En realidad soy un chico de familia obrera que dejó su trabajo en la fábrica para irse de juerga.»
(Sinopsis extraída de Global Rhythm Press)
Con lo colgao que está, tiene que ser un descojono...
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